miércoles, 19 de marzo de 2014

Cómo vivir de lo que te gusta y no morir en el intento

A medida que profundizo en el pensamiento de vivir según las pasiones de cada uno me doy cuenta de lo lógica que es la idea, lo fácil que la gente lo entiende y lo absolutamente difícil que es que me hagan algún tipo de caso.

El abismo que existe entre el vivir y el no vivir laboralmente de la pasión personal es tan grande que desalienta hasta al más soñador. Pero, ¿a qué se debe? ¿por qué algo que es tan evidente para todos, es tan rápidamente desestimado por la mayoría? La primera razón es clara: el miedo al fracaso. Hemos crecido pensando que el fracaso o la victoria es un destino y no una parte del camino, tanto lo primero como lo segundo. Nos aterra el fracaso. ¿Qué dirá la gente? ¿quién confiará otra vez en mí? Este tipo de preguntas internas con las que continuamente convivimos son sin duda la mayor de nuestras limitaciones. Y aun así, este tipo de pensamiento es extraño. Como seres humanos, el fracaso forma parte de nuestra naturaleza y, de hecho, sin él es improbable lograr una victoria. De niños, convivimos naturalmente con él como parte de nuestro aprendizaje. Fracasamos, por ejemplo, en nuestros primeros esfuerzos de comunicación y, a base de dedicación, acabamos hablando y comunicando pensamientos sin ningún tipo de esfuerzo y sin pensarlo.

El fracaso es natural en nuestra vida, pero lo estigmatizamos a nivel laboral y eso nos limita a la hora de crecer y convertirnos en verdaderos expertos en algo; y eso nos ocurre en todos los niveles de trabajo, desde una pequeña decisión en la empresa en que trabajamos , hasta la quiebra de la compañía que hemos creado. El fracaso lo entendemos como un punto final y no como un trampolín hacia una futura victoria. Einstein decía que antes de aprender a hacer una cosa, aprendía 1000 formas de cómo no hacerla. No digo que sea algo bonito, no lo es en absoluto. Pero el darnos cuenta de sus virtudes y cambiar nuestro pensamiento, nos dará un impulso mucho más grande de lo que creemos. Superado el miedo al fracaso, la brecha ya no parece tan grande.

Pero volvamos a las pasiones. El gran problema que veo a la hora de conseguir que las personas con las que hablo decidan dar ese salto y vivir de ellas es que, en general nos gusta ser personas normales, con una vida y un trabajo normal. Y la vida normal, nos da poco margen para las pasiones. Si nos fijamos en los grandes emprendedores y los personajes relevantes de hoy siempre, la mayoría tienen poco de normales. Son personas singulares, con gustos definidos y normalmente poco convencionales. El querer encajar en la sociedad de hoy nos lleva a ser personas comunes y ese es el peor enemigo. Debemos primero vivir apasionadamente y ser nosotros mismos, sin miedo a lo que puedan pensar. Las pasiones florecen cuando la autenticidad de uno da un paso al frente. Persigamos lo que nos atrae, por extraño que sea. Dediquémosle tiempo, y tiempo no son horas, son días, meses... cuántos más mejor. Al convivir con la atracción, la dominaremos, la conoceremos como nadie y seremos capaces de ver todas las posibilidades que ofrece.

Sólo un matiz. Cuidado con perder la objetividad. Pretender trabajar y ganarnos la vida haciendo aquello que nos gusta no significa que tal cual esa afición es monetizable. Hay que trabajarlo, estudiar a fondo posibles modelos de negocio y validarlo con el público objetivo. Hay segmentos para todo, pero debemos ser capaces de huir de la subjetividad del gusto personal y ser capaces de crear productos y servicios que sean del gusto de muchos, o de unos pocos siempre que sean segmentos rentables.


En fin, primero démosle la vuelta al concepto de fracaso, perdamos el miedo. Segundo, vivamos apasionadamente, busquemos ser diferentes y, por tanto, mejores en algo. Finalmente, seamos objetivos y trabajemos un modelo de negocio que guste y cumpla la necesidad de un segmento o segmentos suficientemente amplios. Por último, sólo añadiría que desarrollemos siempre conceptos que sean escalables y perdurables en el tiempo, pero de eso ya hablaré a fondo otro día.

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