A medida que profundizo en el
pensamiento de vivir según las pasiones de cada uno me doy cuenta de lo lógica
que es la idea, lo fácil que la gente lo entiende y lo absolutamente difícil
que es que me hagan algún tipo de caso.
El abismo que existe entre el
vivir y el no vivir laboralmente de la pasión personal es tan grande que
desalienta hasta al más soñador. Pero, ¿a qué se debe? ¿por qué algo que es tan
evidente para todos, es tan rápidamente desestimado por la mayoría? La primera
razón es clara: el miedo al fracaso. Hemos crecido pensando que el fracaso o la
victoria es un destino y no una parte del camino, tanto lo primero como lo
segundo. Nos aterra el fracaso. ¿Qué dirá la gente? ¿quién confiará otra vez en
mí? Este tipo de preguntas internas con las que continuamente convivimos son
sin duda la mayor de nuestras limitaciones. Y aun así, este tipo de pensamiento
es extraño. Como seres humanos, el fracaso forma parte de nuestra naturaleza y,
de hecho, sin él es improbable lograr una victoria. De niños, convivimos
naturalmente con él como parte de nuestro aprendizaje. Fracasamos, por ejemplo,
en nuestros primeros esfuerzos de comunicación y, a base de dedicación,
acabamos hablando y comunicando pensamientos sin ningún tipo de esfuerzo y sin
pensarlo.
El fracaso es natural en nuestra
vida, pero lo estigmatizamos a nivel laboral y eso nos limita a la hora de
crecer y convertirnos en verdaderos expertos en algo; y eso nos ocurre en todos
los niveles de trabajo, desde una pequeña decisión en la empresa en que trabajamos
, hasta la quiebra de la compañía que hemos creado. El fracaso lo entendemos
como un punto final y no como un trampolín hacia una futura victoria. Einstein
decía que antes de aprender a hacer una cosa, aprendía 1000 formas de cómo no
hacerla. No digo que sea algo bonito, no lo es en absoluto. Pero el darnos
cuenta de sus virtudes y cambiar nuestro pensamiento, nos dará un impulso mucho
más grande de lo que creemos. Superado el miedo al fracaso, la brecha ya no
parece tan grande.
Pero volvamos a las pasiones. El
gran problema que veo a la hora de conseguir que las personas con las que hablo
decidan dar ese salto y vivir de ellas es que, en general nos gusta ser
personas normales, con una vida y un trabajo normal. Y la vida normal, nos da
poco margen para las pasiones. Si nos fijamos en los grandes
emprendedores y los personajes relevantes de hoy siempre, la mayoría tienen poco de normales.
Son personas singulares, con gustos definidos y normalmente poco
convencionales. El querer encajar en la sociedad de hoy nos lleva a ser
personas comunes y ese es el peor enemigo. Debemos primero vivir
apasionadamente y ser nosotros mismos, sin miedo a lo que puedan pensar. Las
pasiones florecen cuando la autenticidad de uno da un paso al frente.
Persigamos lo que nos atrae, por extraño que sea. Dediquémosle tiempo, y tiempo
no son horas, son días, meses... cuántos más mejor. Al convivir con la atracción, la
dominaremos, la conoceremos como nadie y seremos capaces de ver todas las
posibilidades que ofrece.
Sólo un matiz. Cuidado con perder
la objetividad. Pretender trabajar y ganarnos la vida haciendo aquello que nos
gusta no significa que tal cual esa afición es monetizable. Hay que trabajarlo,
estudiar a fondo posibles modelos de negocio y validarlo con el público
objetivo. Hay segmentos para todo, pero debemos ser capaces de huir de la
subjetividad del gusto personal y ser capaces de crear productos y servicios
que sean del gusto de muchos, o de unos pocos siempre que sean segmentos
rentables.
En fin, primero démosle la vuelta
al concepto de fracaso, perdamos el miedo. Segundo, vivamos apasionadamente,
busquemos ser diferentes y, por tanto, mejores en algo. Finalmente, seamos
objetivos y trabajemos un modelo de negocio que guste y cumpla la necesidad de
un segmento o segmentos suficientemente amplios. Por último, sólo añadiría que
desarrollemos siempre conceptos que sean escalables y perdurables en el tiempo,
pero de eso ya hablaré a fondo otro día.